Redescubriendo
la lectura
Jorge Luis Borges (escritor
argentino): "La lectura es una de las formas de la felicidad, y a nadie se
le puede obligar a ser feliz"
Desde el colegio
nos enseñan a “leer” como un acto mecánico a través del cual juntamos letras,
que forman palabras y juntamos palabras que, a su vez, forman oraciones. Una
vez dominada la técnica aprendemos algunas estructuras gramaticales básicas,
hacemos análisis morfológicos y sintácticos y finalmente nos enfrentamos a
textos más “duros”, donde podemos superar cualquier control de lectura si somos
capaces de responder algunas preguntas reiterativas: ¿quién es el personaje
principal?, ¿quiénes son los personajes secundarios?, ¿cuál es el conflicto
central?, ¿dónde se desarrolla la trama?.. Todo eso sólo puede ser una cosa:
fome. Por si fuera poco, no nos incentivan a leer: nos obligan a hacerlo.
Resultado, son muchos quienes, desde niño, asocian la lectura a una actividad
aburridora, cansina y poco productiva.
¿Por qué no nos
dicen que un libro es mucho más que una recopilación de letras, palabras,
oraciones y párrafos? ¿Por qué nadie nos advierte que con sus páginas podemos
dialogar, concordar, discrepar, emocionarnos, maravillarnos, encontrar enlaces
con nuestra vida y nuestro entorno, transportarnos por épocas y lugares que de
otra manera siempre ignoraríamos?
Desde que
tenemos “uso de razón” se nos enmarca en una suerte de lógica binaria: el bien
y el mal, la belleza y la fealdad, el tiempo y el espacio, Dios y Lucifer, ser
o no ser, cielo o infierno… Los adultos nos presentan el mundo como un enorme
Berlín donde estás a un lado o al otro del muro. El pensamiento literario se
escapa de esa lógica y nos invita a la aventura de pensar lo imposible. Gracias
al lenguaje, razón y pensamiento literario pueden encontrar un espacio común
donde el mundo se reescribe, donde el tiempo no es lineal y donde la existencia
abarca miles de dimensiones. En suma, se abre un espacio donde la realidad no
es única y donde nadie puede quitarnos la libertad.
Jorge Luis
Borges decía que entre todos los objetos inanimados, el libro es el único que
posee un alma, porque el autor derrama en sus páginas su cosmovisión y muchas
de sus emociones; a la vez que el libro adquiere algo así como una vida propia
porque al ser leído por un tercero, se independiza de lo que el escritor quiso
hacer en un principio y es ahora el lector quien encamina su destino.
Cuando empecé a
escribir esto pensé en esa mayoría de chilenos que no entiende lo que lee. A poco
andar me di cuenta de que ése es un problema del ministerio de Educación, y no
mío. La verdad es que mientras podamos entender las instrucciones para cocinar
un paquete de fideos, el recorrido de un bus del Transantiago o la dosis justa
del medicamento que nos recetó el doctor tenemos lo básico bajo control. Pero lamento
decirles que eso no es saber leer, eso es conformarnos. Y si nos conformamos,
nos perdemos lo fundamental. Seamos más como Borges y menos como los ministros:
jactémonos de las páginas que hemos leído y de las que nos quedan por leer.
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